Como consultora y psicóloga, no puedo dejar de observar la dinámica de los roles en las organizaciones. Esto se puede apreciar en el día a día, pero es aún más notorio en situaciones institucionales, como sesiones de planeación estratégica, informes de resultados o celebraciones en las que participan todos los colaboradores de una organización.
Sin duda, esto tiende a ser más evidente en las organizaciones más tradicionales y jerárquicas. Los altos líderes comúnmente visten de traje; antes de comenzar algún acto, se sitúan todos juntos en el lugar que elige el líder; algunos miembros de la organización que, sin tener título oficial en la jerarquía, han logrado “colarse” a la élite se colocan en una posición cercana a los líderes. Mientras más cerca se esté de los líderes, más poder se transmite. Llegan un par de minutos antes de que comience, o un par de minutos después, dependiendo de la cultura.
Al comenzar el acto, se sientan en la primera fila y, aunque no siempre se reservan los lugares de forma oficial, la gente los respeta. Ya saben que ahí sólo se sientan aquellos de cierto rango. Se observan subgrupos que incluso llegan a compartir algunas características físicas, como su forma de vestir; podría asegurar que comparten un nivel jerárquico similar, quizá también trabajan en el mismo departamento. En la parte de atrás está la base de la pirámide organizacional. Ése es mi lugar favorito para sentarme: ahí es donde uno, como consultor, conoce realmente a las organizaciones. Es ahí donde he escuchado esos comentarios que rayan en la irreverencia, pero que reflejan la realidad que se vive cada día. Nunca lo dirían de frente porque temen perder su trabajo, pero es desde atrás, entre los empleados, de donde salen las verdades. El director pasa, no se le acercan, no hacen contacto visual más bien quisieran volverse invisibles para no darse a notar.
En las organizaciones percibimos a los demás a través del lente de su rol, y no necesariamente vemos a la persona. Vemos al director y no a Juan. Aprendemos, como parte de esa percepción colectiva, cuáles son las características de los directores. Éstos son duros, exigentes, fríos, inaccesibles… Así vemos a Juan, aunque no precisamente sean éstas sus características. Vemos al empleado de la base de la pirámide como alguien que necesita ser observado y controlado para que trabaje de forma óptima, no vemos a Lucía o a Pedro. Vemos roles y no a las personas.
Muchas organizaciones se quedan aquí, operando desde sus filtros de roles. “Los de recursos humanos son muy duros”, “los de contabilidad son bien cuadrados”, “los jefes no trabajan tan duro como nosotros”, “la gente es floja”. Las organizaciones más tradicionales, conservadoras y jerárquicas tienden a quedarse en estos niveles.
En cambio, hay muchas organizaciones que se están transformando y evolucionan. Logran ver más allá del rol, se limpian los ojos de esos constructos sociales que pueden deformar la realidad y conocen a cada individuo.
Cuando las personas logran ver más allá del rol, del estereotipo y de la norma, suceden cosas fantásticas. Se dispara la empatía, valoramos las fortalezas, comprendemos las debilidades, entendemos los sueños y las motivaciones. Lo más importante, creamos un sentido de comunidad y logramos una conexión que exalta el genuino compromiso.
por DANIELA FEBRE DOMENE
Socia fundadora de Umana Consulting